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miércoles, 15 de julio de 2009

El esplendor de Atenas

El siglo V supone una pequeña edad de oro crecida en las costas y tierras del mar Egeo. Comienza con la primera guerra que establece el paradigma de los ciclos de desorden y estabilidad que parecen repetirse a lo largo del Tiempo. Las guerras médicas preceden a la pentecontecía de Pericles, y supusieron la consolidación y reafirmación helénica, al tiempo que un ajuste entre la potencia Persa y la Griega, polarización que seguirá protagonizando movimientos en los próximos siglos. Fueron las ciudades de la Jonia las primeras en alzarse contra el dominio del Gran Rey persa, quien había conquistado el Asia Menor en su expansión desde zona iraní, cuna de las tribus que terminarían constituyendo el potencial humano del imperio aqueménida. En el año 492 a. C, la flota persa se concentraba para arremeter contra el mundo griego. Temístocles - un magnífico militar y estadista griego - era partidario del enfrentamiento directo y sin tapujos, si bien un sector importante de la aristocracia (los Alcmeónidas, sobre todo) apostaba por el entendimiento con los persas. Heraldos del Gran Rey exigieron la tierra y el agua a distintas regiones griegas. Algunas aceptaron la sumisión, pero en Atenas y Esparta les dieron muerte, lo cual provocó el inicio del enfrentamiento militar entre Persia y el mundo griego. En el 490 a.C, tuvo lugar la conocida batalla del Maratón, nombre que le es debido a la llanura en la que fraguaron batalla tras descender de la montaña que la precede. La pericia de Milcíades al dirigir las tropas griegas, y la posterior ayuda de un regimiento espartano determinaron la victoria de los griegos, dejando a su paso más de cuatro mil persas fenecidos frente a 192 bajas de los ejércitos griegos, si atendemos a las fuentes de Heródoto.La victoria en Maratón se convirtió en leyenda que enorgullecía a Grecia y a la cultura que representaba, adquiriendo gran confianza en sus instituciones, un definitivo reconocimiento hacia los hoplitas y hacia la clase social que cimentó aquél ejército, supuso el fin del arconte polemarca como jefe supremo del ejército (es decir, con la proeza de los hoplitas comienza a remitir la preponderancia aristocrática) y, en fin, creó una imagen gloriosa para los atenienses y para los guerreros que pasarían a ser legendarios. Luego, Temístocles - tras la muerte de Milcíades - tomó el poder en Atenas e instauró una serie de medidas importantes en el campo militar e institucional: convenció a los ciudadanos de la necesidad de construir una flota naval como forma eficiente de aprovechar los excedentes del erario público. Con esta empresa, Atenas se convirtió en la primera potencia naval. Entonces, el trabajo de los remeros fue un factor imprescindible, haciendo que los “thetes” ocuparan un lugar privilegiado que hasta ese momento solo disfrutaban estamentos más elevados en el censo social. El valor y remuneración de un estamento puede variar con modificaciones introducidas en el tejido de las distintas instituciones. La guerra propició la emergencia de los desfavorecidos. En el arcontado, se reinstaura el sorteo para la elección de arcontes y los estrategas dejan de ser jefes del ejército para pasar a la administración de las finanzas, suponiendo todo ello una mayor democratización de este órgano civil y judicial. En tiempos de luchas y discrepancias entre las distintas facciones políticas y aristocráticas, el ostracismo cobró relevancia y fueron desterradas figuras de mucho peso político, como Hiparco o Megacles. Pero con la invasión persa, quedó interrumpido el proceso y los exiliados retornaron a las ciudades griegas que requerían de sus dotes. El Rey persa Jerjes dirigió una gran expedición contra Grecia, y así comenzaba la segunda guerra médica, en el 480 a.C. Unos pocos años antes, Egipto y posteriormente Babilonia - como consecuencia a la derrota en Maratón - se sublevaron contra el Imperio, poniendo en peligro su cohesión. La primera tarea de Jerjes fue sofocar estas revueltas, y así Egipto fue convertido en satrapía, al igual que Babilonia. El siguiente paso era la invasión y conquista de las ciudades griegas, para lo cual Jerjes aglutinó grandes contingentes de tropas de todos los confines del Imperio, almacenamiento de víveres, excavación de un canal camino al continente griego a través de la península de Calcidia, construcción de puentes sobre el río Estrimón y - quizás la obra más espectacular - un doble puente flotante de barcas que atravesaba el Bósforo ( estrecho que separa Turquía de la zona europea constituida actualmente por la Grecia y los balcanes, en la antigüedad era la Grecia continental). Por este impresionante paso avanzaron los contingentes de Jerjes en el invierno del 481 a. C.
Por su parte, los griegos discutían en Corinto las medidas necesarias para enfrentarse a los persas. En primer lugar - un requisito esencial para afrontar debidamente la contienda - decidieron unir fuerzas y establecer la paz entre Atenas y Egina, a la vez que enviaron emisarios a Argos para que pusiera fin a sus rencillas con Esparta. Enviaron espías a Asia para recabar información sobre los preparativos del Gran Rey, y decretaron condenas con futuras represalias a todas las ciudades griegas que colaboraran con los persas. Esparta fue elegida para dirigir a las tropas griegas, quizá porque esta polis era la mayor fuerza militar en aquellos días. Consultado el oráculo de Delfos previamente a la batalla, éste pronosticó la derrota griega y la destrucción de sus ciudades. Probablemente los sacerdotes de Delfos fueron sobornados por los aqueménidas, desestabilizando a la unión griega mediante una estrategia psicológica. No obstante, tras la insistencia de los griegos, la pitonisa habló de “un muro de madera”, y Temístocles acertó al señalar que dicho muro era la flota naval, utilizando al oráculo como guía y referente en esta lucha propagandística. En una primera etapa, el ejército espartano - junto con sus aliados del Peloponeso - al mando de Leónidas se dispuso en el estrecho del desfiladero de las Termópilas, en la Grecia central. En medio de su angostura discurrió la batalla, y es de sobra conocida la épica derrota de los espartanos en esta paso entre montañas, y la leyenda forjada responde únicamente al espíritu civico-militar de los lacedemonios, capaces de ensalzar la derrota por medio del sacrificio proclamado. En la batalla de Salamina, los atenienses diseñaron su plan siguiendo la idea de Temístocles, el cual consiguió unir a las dos flotas que en principio actuarían en dos frentes distintos, uno en el estrecho de Artemisión y el otro en Salamina, donde finalmente concentraron todos sus efectivos navales y militares. Una flota persa muy superior en número a la griega cayó en un inteligente ardid de Temístocles; lograr que los persas se adentraran en un estrecho entre Salamina y la isla Pistalea. La estrechez de ese espacio impidió la facilidad de maniobra de la flota persa, la cual fue derrotada con presteza y contundencia. La gran victoria en Salamina hizo que el ejército persa retrocediera hacia Asia, y así los griegos recuperaron el optimismo y la confianza en sus instituciones tras la derrota en las Termópilas. Además, comenzaron nuevas insurrecciones contra el dominio persa tanto en Grecia como en Asia. En una segunda etapa, los griegos lograron otra gran victoria en la comarca de Platea, recogiendo un inmenso botín, y posteriormente se dirigieron hacia Tebas para castigar a esta ciudad por haber establecido alianza con los persas. Tebas entregó a sus cabecillas y estos fueron ejecutados. Después de una gran contienda bélica surge un sistema renovado, o un viejo modelo que encuentra la expresión militar y ciudadana que, definitivamente, clarifica sus virtudes y futuras aspiraciones. De ahí que las consecuencias de las guerras médicas sean un paradigma de este latido de la Historia. En un sentido político e ideológico, los griegos se sintieron reforzados en sus valores culturales y ciudadanos. Su economía y capacidad comercial vislumbraron un horizonte claro y esplendoroso. La flota naval griega adquirió una importancia que atravesaba la insignia en la batalla hasta llegar al tejido social, en donde los “thetes” vieron ascender su estatus y su participación en la actividad política al ofrecer un trabajo ineludible como remeros. Tener un enemigo común - el Imperio Persa - ayudó a que la “koiné” griega realizara su máxima expresión en una unión panhelénica que les ayudaba a identificar su singularidad cultural y cívica frente a los rasgos de las culturas asiáticas y - más específicamente - de la molicie y el gusto por el lujo de los reyes aqueménidas. Los individuos, los colectivos, las naciones, los Imperios necesitan establecer una diferenciación que clarifique su legítima y singular participación en la Historia. La rivalidad, por tanto, es un factor imprescindible como punto de partida hacia la búsqueda de un equilibrio que permita realizar la singularidad de las partes en el juego del todo. Cabe mencionar, por último, el que la ciudades griegas del asia menor pasaran del yugo persa a la alianza ateniense, primeros pasos hacia la gran liga ateniense. Las consecuencias económicas de la guerra indican ante todo el auge comercial y mercantil de Atenas después de unos años de recesión económica por causa de la guerra. El Egeo, de todas formas, pronto revivió su actividad comercial impulsado por Atenas y las ciudades aliadas, aumentando su volumen y ampliando sus horizontes tanto hacia oriente como hacia occidente. Atenas amplificó y diversificó las rutas comerciales en todo el mediterráneo, y las ciudades griegas llenaban los mercados con sus cerámicas, armas, manufacturas y objetos de arte y lujo. Esta actividad comercial afectaba a las estructuras sociales de la ciudad, donde aparecen un mayor número de gentes dedicadas al comercio y a la artesanía, disminuyendo la importancia y dependencia del campo y, en consecuencia, disminuyó la relevancia de su tradición. Queda demostrado una vez más que la guerra abre el camino y las oportunidades para los mercaderes. Los Metecos - extranjeros domiciliados en la ciudad - eran quienes hasta entonces se habían ocupdo de las tareas artesanales y mercantiles, y a partir de las guerras médicas aumentó su número y su producción. Ellos contribuyeron decisivamente al desarrollo económico de Atenas, siendo un ejemplo de cómo la esfera social evolucionaba con el factor productivo del individuo, quedando obsoleta la prerrogativa gentilicia. Desde ese momento, los atenienses se preocuparon por fomentar el establecimiento de los Metecos en la ciudad de Atenas, permitiéndoles poseer tierras y un hogar propio.

El período comprendido entre los años 478 y 431 a.C supone la cristalización definitiva de un trabajo filosófico, institucional y militar que he ido analizando en las últimas páginas, la madurez palpable de la luz clásica de Atenas y de Grecia, el esplendor de donde nació gran parte de nuestro mundo, la llamada “Pentecontecía” de la época de Pericles. Aquí se consolidó la democracia radical - y tal vez su aplicación más perfecta - , Atenas fue el centro cultural y político de una hegemonía que irá tomando la forma de un Imperio mediterráneo, la mayor expresión de la empresa iniciada por cretenses y micénicos en los siglos de la más remota antigüedad helénica. Dicho imperio comenzó con un primer boceto de liga ateniense por medio de la coacción sobre ciudades como Naxos y Tasos, así como afrontar la hostilidad de Persia y Esparta, lo cual le obligó a tomar determinaciones: una política exterior defensiva, pactando con los enemigos de Esparta y Persia. Reforzaron las murallas de la ciudad y la flota naval. Reconquistaron tierras en torno al Ática, allí donde colocaron guarniciones defensivas. Hubo expediciones militares contra Esparta y Corinto, y alianzas con Argos, enemiga tradicional de la primera, contiendas prolongadas hasta que finalmente Atenas dominó el crucial istmo de Corinto y obligaba a Esparta a firmar un tratado de paz por treinta años. En cuanto a Persia, siguió siendo una fuerza principal en las tensiones entre el este y el oeste. En todo caso, la estabilidad y la fuerza de Atenas en aquellos días pudo mantener la quietud en un conflicto siempre latente. ¿Cómo logró alcanzar su esplendor?. Los individuos emprendedores, dirigentes cultos, grandes oradores y estrategas, son un factor esencial: la secuencia que arranca en Milcíades, seguido de Temístocles, Arístides, Cimón, y en el pulso definitivo, Efialtes y Perícles. Todos ellos tenían en común la pertenencia a las grandes familias aristocráticas, aunque unos más o menos que otros impulsaron el ideal democrático. Entre ellos hubo disputas, y de hecho fueron desapareciendo de la vida política al ser condenados al ostracismo. Se identifica ya en esta época una cierta disputa entre partidos políticos, unos antagonismos que surgían de distintas apreciaciones respecto al objetivo común.
Efialtes, en un primer paso, exigió una serie de modificaciones constitucionales, haciendo votar una ley mediante la cual pudo reducir los privilegios del Areópago, eliminando parte de sus prerrogativas judiciales y administrativas, restando solo como tribunal para las penas capitales y los delitos de tipo religioso. Esas atribuciones perdidas por el Areópago fueron traspasadas a la “Bulé” y al tribunal de la “Heliea”. Con estas medidas, pudo concretar el final del Areópago como reducto del antiguo arcontado, más vinculado al poder aristocrático. De esta forma el pueblo ganaba poder y participación a través de unas instituciones reformadas, y ésta es la esencia del denominado funcionamiento del régimen democrático radical. Efialtes fue asesinado en circunstancias desconocidas, pero Perícles continuó el trabajo. Perteneciente a la noble familia - de larga tradición y numinosa leyenda - de los Alcmeónidas, sobrino-nieto de Clístenes, Perícles recibió una educación excelsa que hizo de él un intelectual que supo comunicar su ideario con la claridad del filósofo y ejecutar sus gestiones con la contundencia del mejor estratega. Inteligencia, sensibilidad y vara de hierro se conjugan para formar un excepcional carácter histórico. Apenas tuvo oposición durante su mandato, y su labor - nada original - consistió en culminar para nuestra Historia un largo proceso que comenzó con el trabajo de Solón a principios del siglo VI a. C. ¿Cómo quedó configurada esa democracia radical ejecutada por Perícles?. Sobre la base de la reforma de Clístenes y lo establecido por Efialtes, introdujo innovaciones que ampliaron la participación popular en la vida política. En el 457 a.C. los “zeugitas” (tercera clase censada) pudieron acceder al arcontado. Pocos años después instituyó la “Mistoforía”, o retribución de las funciones públicas, destinada a compensar económicamente la pérdida de una jornada de trabajo, lo cual hacía factible la presencia de gentes del campo en las instituciones públicas. Sin embargo, la participación en la Asamblea popular no fue retribuída. Perícles acordó gratificar con un sueldo a miembros auxiliares de la administración, a los hoplitas y a los marinos. Los “thetes” también fueron beneficiados con estas medidas, aunque no pudieron aspirar a alcanzar las máximas magistraturas. El pago de estas retribuciones consistía en una cantidad de dinero discreta y módica, con el objetivo de que los cargos no fuesen asumidos con ánimo de lucro. En aquellos días, los opositores a la democracia advertían de este peligro que en nuestro presente constituye la imagen principal de la corrupción, a la par con la cuantiosa disposición de objetos de lujo administrados mediante el poder tecnológico aplicado a la publicidad, la retórica comercial y la creación artificial de necesidades, lo cual ha creado un mecanismo que alimenta la avaricia sin solución. La “Mistoforía” de Perícles sencillamente actuaba como un estímulo adicional al interés de los atenienses por participar en los asuntos públicos. A partir del 451 a. C., por decreto de Perícles quedó establecida una limitación al acceso a la ciudadanía ateniense, y solo la concedía a los hijos de padre y madre ateniense, cuando en el pasado tan solo era necesaria la ciudadanía del padre. Constituyó un control riguroso sobre el ejercicio de las funciones públicas mediante la “Dokimasía”, un método que permitía a los miembros de la “Bulé” y la “Heliea” valorar las cualidades de los candidatos a formar parte de las funciones públicas, y así determinar si reunían las condiciones que se estimaban necesarias. Por último, la “Grafé pará Nomon” institucionalizó la acción promovida por cualquier ciudadano ateniense contra quien realizara una propuesta considerada ilegal. Esto podía suponer la aplicación de una multa, o incluso la pena de muerte. Tres condenas suponía el castigo de la “Atimia”, la pérdida de los derechos ciudadanos.

La constante amenaza exterior representada en el Imperio Persa, y la necesidad de estabilizar los pactos entre las principales potencias griegas - Esparta, principalmente - fructificó en la creación de una confederación entre las ciudades, la Liga Ático-Délica que entregó a Atenas - en el año 478 a. C. - el poder ejecutivo y constituía así la hegemonía de Atenas en el mar Egeo. Las ciudades formaron una “Simmajía” - agrupación formada bajo la inspiración de medios y estrategias de tipo militar - y tenía como centro el santuario de Delos. A grandes rasgos, la Liga Ático-Délica se caracterizó por su carácter marítimo (formada por ciudades insulares o costeras), su carácter dual ( existencia de dos bloques, Atenas y los aliados, compartiendo los mismos “amigos” y “enemigos”), su disparidad (patente desigualdad entre las ciudades que formaban la Liga, ya que su posición y su voto en la misma dependían de su aportación) y su carácter intemporal por un tratado que no indicaba cuándo debía finalizar un pacto que claramente servía a los intereses atenienses en el mediterráneo. Las confederaciones, los Imperios, la uniones ecumenistas se sostienen en un enemigo común - de facto ideológico o militar - en un interés común y en los valores culturales y de pensamiento que imponen su hegemonía al haber demostrado su valía por el triunfo en la guerra y en la vida política y social, tal y como sucedió en la Atenas del siglo V. La organización de la Liga ateniense tuvo en principio un fin estratégico, y por ello requería de una flota potente, la cual lograron capitalizar con la contribución de todos los aliados según los recursos y las posibilidades de cada “polis”. Estas contribuciones eran anuales y se denominaban “foros” (aportación) que eran recaudados por diez magistrados atenienses. Cimón, tras el declive de Temístocles, introdujo en las naves grandes reformas que las hicieron más potentes y capacitadas para la navegación y la lucha. Dotó a las naves de puentes de abordaje - en proa y popa - más largos, facilitando la capacidad de movimiento de los hoplitas. Años después, el Tesoro de la Liga - constituido por los “foros” - fue transferido desde Delos a la Acrópolis de Atenas, bajo la excusa de que en Delos persistía la amenaza persa, aunque Delos continuó siendo la sede de la Liga. Con la paz de Calías - año 449 a. C. - finalizó la lucha contra los persas, la cual había sido el pretexto para formar la Liga, pero Atenas - que había alcanzado la hegemonía cultural y económica - no quiso deshacer tamaña empresa y exigió que los aliados permanecieran bajo su mando apelando al vínculo de paz y ayuda mutua. Plutarco nos cuenta cómo los atenienses se atrevieron a retirar grandes catidades del Tesoro federal para la reconstrucción de la Acrópolis, al tiempo que la exigencia del pago de los “foros” se endureció y aumentó el control directamente desde Atenas como centro organizador y redistribuidor. Cabe mencionar que no todas las ciudades pagaban una tasa individual, sino que había grupos de pequeñas poblaciones que pagaban en conjunto (Simntelías). El total del tributo a pagar se establecía cada cuatro años y era decretado por el pueblo de Atenas. La “Bulé” se encargaba de trasmitir estos decretos a la Eklesía con dos listas, una contenía el nombre de las ciudades que habían pagado y la otra el nombre de las que debían pagar. Una vez la Eklesía había aprobado estos decretos, se enviaban heraldos a cada ciudad para comunicar el “foro” debido. El retraso en el pago podía comportar una multa o mora llamada “Episfora”. Con el paso del tiempo las contribuciones elevaron la cantidad exigida desde Atenas y, posteriormente, disminuyeron debido a las amputaciones territoriales que sufrieron algunas ciudades por causa de las confiscaciones de tierras dadas a los clerucos atenienses bajo algún pretexto de supuesta rebelión o revuelta. Como vemos, Atenas endurece su legítimo poder sobre el conjunto de la Liga, con la correspondiente injerencia en los asuntos internos de las ciudades.
La concentración del poder en Atenas avanza implacable. En el año 448 a. C., se promulgó un decreto para unificar las pesas y medidas atenienses. Un año después, el decreto de Clinias establecía las normas para la recaudación de tributos. En el 444 a. C., el Tesoro de la Liga se empleó abiertamente para construcciones de la Acrópolis, a pesar de las disidencias de Plutarco:

...Con estos fondos que los griegos nos transfieren para hacer frente a las necesidades de la guerra, nosotros ornamos y maquillamos la ciudad, como una desvergonzada mujerzuela la cubrimos de piedras costosas, de estatuas y de templos que valen más de mil talentos... (PLUTARCO, Vida de Pericles, 12-14).


La crítica fundamental de Plutarco subraya la sustitución de un bien efectivo y duradero como lo eran las naves, por una financiación abusiva a base de dinero recaudado a las ciudades griegas e invertido en el lujo y la propaganda. El abuso de Atenas provocó revueltas en Eubea, Naxos y Tasos. El poderio naval de Atenas le permitió establecer un control sobre todas las regiones que pudieran rebelarse contra su orden establecido. De este modo, por la efectiva laboriosidad de sus numerosos trirremes - a recordar, un trabajo realizado por los “thetes” - al servicio de las naves, la presencia marina de Atenas en el Egeo aseguraba la paz e infundía temor y respeto en sus aliados. La talasocracia ateniense supuso, por tanto, la expresión de un férrero Imperio militar en los mares de la Hélade. Los atenienses llamaban “hipéikoi” a sus aliados, es decir, súbditos. Cabe añadir, no obstante, que la dominación de Atenas no era un Imperio político tal y como lo entendemos hoy un día. Ante todo, era un pacto entre ciudades-estados con la dominación política, cultural y económica de una de ellas. Tenemos la evidencia de cómo Atenas exigía fidelidad a sus aliados, e incluso se apropiaba de una sexagésima parte de los “foros” en beneficio propio. Pero no tenemos constancia de que ejerciera la coacción de forma generalizada para sustituir regímenes políticos establecidos por democracias de propio corte, ni un incremento excesivamente gravoso de los tributos. Fundamentalmente, todas las ciudades se beneficiaron de esta magnífica talasocracia, de la gran consistencia militar e ideológica del Imperio y, en definitiva, de la unidad representada en el esplendor de la cultura griega. Desde la base de su hegemonía en la Liga, Atenas se aseguró la fidelidad de sus aliados con otros medios. En algunas inscripciones nos llega información sobre la posible existencia de ciertas ciudades aliadas que debían aceptar la instalación de guarniciones militares llamadas “furai”, al mando de las cuales estaban los “furacas”. Atenas también ejercía su imposición territorial mediante las “Clerukías”. Se apropiaba de una parte del territorio, lo repartía en lotes ( “Kleros”, porciones de terreno cultivable), y allí instalaba a campesinos atenienses, llamados “Clerucos”. El “cleruco” conservaba su ciudadanía ateniense, aunque éste hubiese emigrado a otra ciudad de la Liga, y servía a la comunidad ejerciendo como hoplita. Digamos que las “Cleruquías” eran, en cierto modo, territorio conquistado por Atenas en tierras independientes de su circunscripción de origen. Además, Atenas estableció en la mayoría de ciudades aliadas unos magistrados especiales - de carácter temporal - llamados “Episcopoi”, es decir, vigilantes a modo de embajadores o agentes del gobierno ateniense. Éstos vigilaban el cobro del tributo, la ejecución de ciertos decretos, la protección de los ciudadanos atenienses que se encontraban en su territorio, la protección de extranjeros colaboradores y favorecidos por Atenas y - posiblemente - comparecían ante la “Bulé” de Atenas una vez concluido el cargo. Por otro lado, el trasiego de bienes y personas dentro del circuito que articulaba a las ciudades aliadas estaba contemplado a través de tratados “interestatales” o “supranacionales” llamados “Simbolai”, los cuales regulaban los asuntos particulares entre los habitantes de las distintas ciudades, o con acuerdos bilaterales de distinta naturaleza. Una civilización global sustentada en una protoidea de derecho internacional, si establecemos un símil con los parámetros del presente.

Y así se piensa que somos amigos de pleitos, nosotros que nos hallamos en desventaja en los juicios relativos a acuerdos comerciales en que somos parte contra nuestros aliados y que vemos sus pleitos ante nuestros tribunales con las mismas leyes que usamos para nosotros mismos... (TUCÍDIDES, Historia de la guerra del Peloponeso)

La mayor actividad de Atenas en el ámbito mercantil la convertía en el primer actor de ese orden internacional. No existe motivo palpable para pensar en la exclusiva intromisión de Atenas en los asuntos judiciales de sus aliados, mientras que la injerencia de Atenas fue notable en cualquier proceso que implicase un asunto de interés público o privado, asuntos que afectaban a ciudadanos atenienses o protegidos de alguna manera por el Estado de Atenas. En ese flujo internacional, cabe mencionar la expansión ateniense hacia el occidente, e indicios tempranos de comercio en las costas del Adriático e intercambio de productos con la región itálica de Etruria. La colonia de Turios, fundada por Atenas en la zona de la Magna Grecia, supuso un bastión heleno frente a la amenaza de los pueblos itálicos. Conocemos también las relaciones de Atenas con Neapolis y la amistad con Corcira, tratados con Segesta, Leontinos y Regio que le permitían la libre utilización de las rutas comerciales del occidente. La expansión hacia oriente estuvo motivada por la valiosa producción de trigo procedente del Mar Negro, pero ante todo por la necesidad de asegurar la fidelidad de aquellas ciudades en permanente contacto con fuerzas políticas, culturales y militares antagónicas a su proyecto global. La Historia persigue constantemente la mundialización de las culturas avanzadas, aquellas que han logrado una cristalización eficaz que se hace patente en una adecuada ordenación de los colectivos en todas sus manifestaciones. A partir de esta perspectiva, vemos un trabajo articulado en la estructura de la sociedad de la Atenas del siglo V. Todavía pervivían las estructuras arcaicas, pero desde la reforma de Solón se logró una situación de igualdad (isonomía) jurídica y política para los ciudadanos, lo cual generó una clara separación de la sociedad en dos bloques, ciudadanos y no ciudadanos, sin categorías legales intermedias. Respecto a los ciudadanos, como ya dijimos anteriormente, con la nueva ley de Pericles, era imprescindible ser hijo de padre y madre atenienses para obtener el título de ciudadano. Este derecho de ciudadanía implicaba tres aspectos fundamentales: el derecho a la propiedad del suelo, el derecho a participar en la vida política y el derecho a ser partícipe de los beneficios económicos de la ciudad, siendo los ciudadanos los primeros beneficiados de las rentas de la ciudad obtenidas con el pago de tributos, multas, explotaciones, etc.
Los Metecos, por otra parte, eran hombres libres (griegos o bárbaros) domiciliados en algún “Demos” del Ática, pero carecían del título de ciudadano. La actividad de los Metecos beneficiaba económicamente a la ciudad, por eso su papel era muy valorado en el conjunto social, aunque tenían que cumplir con unas condiciones económicas especiales (además de estar obligados a contribuir con los mismos impuestos que pagaban todos los ciudadanos, debían de abonar al Estado ateniense un impuesto especial: el “Metoikon”, el cual no era un impuesto gravoso, simplemente se le imponía al Meteco por su condición de no ciudadano, y si no pagaba esta suma adicional podía ser vendido como esclavo), unas condiciones jurídicas (cada Meteco debía ser respaldado por un ciudadano - “Prostatés” - que le representaba ante la justicia, aunque a partir del siglo V ya podían recurrir por su cuenta. Esto nos indica que disfrutaban de cierta personalidad jurídica). El Meteco solo estaba domiciliado en un “Demos” pero no pertenecía a la comunidad y carecía de un “demótico” como seña de identidad ciudadana. Debido a esto, su participación en la vida pública era muy limitada y le era imposible adquirir tierras, por eso dedicaron su esfuerzo a la producción en actividades mercantiles, artesanas, bancarias, etc, de las que tanto beneficio sacaba el conjunto social, por eso el Estado siempre incentivó la presencia de los Metecos, los cuales con el paso del tiempo asimilaron la ideología ateniense y avanzaron en la consecución de sus derechos.
Los esclavos estaban excluidos de todo el ordenamiento social de Atenas. Pertenecían a un dueño y carecían de personalidad jurídica, sin derechos legales, sin poder recurrir a los tribunales, sin participar en la guerra ni, en consecuencia, entrar a formar parte de unos valores esenciales del espíritu de la época. Había esclavos públicos (pertenecían al estado), privados o domésticos (pertenecían a particulares). En cuanto al papel de la mujer en la sociedad de la Grecia clásica, su condición jurídica era casi inexistente, solo era un cauce de transmisión del derecho de ciudadanía a sus hijos, sin poder adquirir propiedades, siempre bajo la dependencia del varón. En el ámbito económico, la Grecia del siglo V entendía la economía como el arte de la buena administración doméstica y el ahorro del patrimonio, y no parece ser una actividad con categoría autónoma - según señala P. Vidal-Naquet - sino más bien vinculada a la política y a la religión, con lo cual hay que entender este conjunto de actividades como una tradición unitaria de creencias y modos de relacionarse con el entorno que hermanaba a todos los individuos desde una esfera espiritual hasta aquella en la que tienen lugar la creación de bienes materiales, de lujo o de subsistencia. La agricultura y la ganadería eran la principal actividad, siendo el laboreo en el campo un “modus vivendi” muy cercano a las divinidades de la naturaleza, la raíz de la civilización y la huella impresa desde la revolución neolítica. En el Ática predominaba el campesino autónomo poseedor de pequeñas propiedades de tipo familiar, la cual no solo era valorada como un bien o medio económico, sino una forma de “status social”. Es decir, la seña de posición social era una tradición de orden material, moral y religioso. Nunca se ha insistido lo suficiente sobre el beneficio que ello comporta a la salud económica y moral de los individuos, y el perjuicio que supone desarticular dicho corpus de sinergias sociales. La artesanía la ejercían los que no poseían tierra, gente de los estratos más bajos de la sociedad. “Demiurgos”, itinerantes, Metecos, aventureros venidos de tierras lejanas. La mayoría de estas actividades se desarrollaban en pequeños talleres con condiciones muy modestas. La producción cerámica es la más significativa, especialmente la cerámica pintada del Ática que se difundió por todo el mediterráneo, abasteciendo mercados griegos y no griegos. El trabajo organizado en torno a la confederación, en suma, abrió todos los caminos para el mercader y el campesino, conviviendo en armónica conjunción de derechos y deberes ciudadanos. Sin apenas margen para el engaño, el secretismo o el miedo al oponente.

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