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viernes, 27 de febrero de 2009

Cielo e Infierno en Wall Street



Cuando decimos que el sentimiento religioso es consustancial al ser humano indicamos una de las líneas que con mayor fuerza ha evidenciado la tendencia hacia la abstracción de nuestra actitud ante el cosmos del que formamos parte. Los dioses locales y particulares de la era pagana eran el resultado de la abstracción operada por grupos de iniciados o colectivos - más o menos legitimados en la organización de tribus, jefaturas o ciudades-estado - que establecían un orden espiritual conectado con la historicidad del humán inserido en un medio concreto, silvestre y urbano. La particularidad deviene en un conjunto de símbolos que simplemente identifican la Historia local. Aquellos sacerdotes que poseían la administración del culto dictaban, en cierto modo, la esencia colectiva y el corpus de actitudes y preceptos sociales. No olvidemos que el panteón es un lenguaje que clarifica la relación de la divinidad de la especie humana ( origen de las consignas culturales avanzadas) con su entorno idealizado ( lo cual incluye la modificación del medio-ambiente). Las creencias , consecuentemente, mantienen una seguridad de control y relación con el mundo. La problemática de la diversidad a todos los niveles del ser humano impone la necesidad de localizar todas las posibles imágenes arquetípicas y símbolos en el contexto que las ha originado. Cuando un mito local pretende imponerse a una mayor extensión geopolítica que aquella que posee los rasgos socioambientales propiciadores de su génesis, comienza la afectación totalitaria de las civilizaciones, lo cual degenera en una fosilización de la metáfora, ahora excluyente y abocada a la fe dogmática, diferenciada de la razón panteísta anterior que sintetizaba una concreción del mundo (las diversas manifestaciones de la naturaleza) en un símbolo, al igual que la física y la matemática contemporáneas utilizan la razón de los números como representación del posible funcionamiento de las leyes de la naturaleza. La asunción totalitaria del cristianismo supuso un monopolio de toda esa arcaica diversidad estructural, sintetizado en la imagen del Hombre-Dios redentor, icono imprescindible del perfectibilismo. Cuando comenzaron los primeros movimientos ilustrados, la universalización dogmática de la especie ya era un programa enraizado en las principales instancias del pensamiento europeo. La secularización implicaba abandonar la autoridad del dogma religioso y sustituirla por otra autoridad que siguiera con el proyecto de alcanzar la edad dorada. Los revolucionarios del siglo XVIII adoraban a la diosa razón, quisieron implementar un calendario pagano como fuerza antitética al calendario gregoriano. Solo era una transposición de imágenes exotéricas, la misma substancia inmanente permanecía: una energía totalitaria (la idea de que el ser humano y su civilización es perfectible y puede llevarse a cabo con un régimen de validez universal) que pretendidamente puede llevar a la especie humana hacia las más altas cotas de progreso, conocimiento y bienestar. La supuesta aplicación universal obliga a abstraer de las herramientas en las que depositó su fe la era ilustrada (razón crítica, método científico, mundanización de lo sagrado) un orden común divinizado; la redención a través de la Razón, la Libertad, el Progreso, la Igualdad. La mundanización del espíritu del tiempo humano fijó la realización de las necesidades en el orden terrenal. La burguesía ascendió en su carrera industrial y sus valores se convirtieron en modélicos para la forja de criterios materiales. Esta burguesía emprendedora (con Andrew Carnegie y John D. Rockefeller como dos de sus principales heraldos) tradujo el ideal totalitarista de raíz judeocristiana a una recia estructura productiva - mediante los trusts - que concentraban la generación de riqueza material y que ahora podemos identificarla en las compañías multinacionales. Visionarios como Rockefeller y Carnegie creían que el mundo podía elevarse a un estado superior con las fuerzas del libre mercado. De aquí surgió otra abstracción igualmente dañina: el dinero virtual, es decir, separado de los verdaderos valores de esfuerzo y creación de riqueza mediante un sistema que atiende a los recursos reales del mundo terrenal y a la sinergia esfuerzo-cantidad-valor-producción regulada por demandas inmediatas. Una razón coherente con la existencia de una sociedad determinada fue violada por aquellos que quisieron crear riqueza de la nada, e incluso crear falsas necesidades que respalden al dinero virtual, constituyendo una sofisticada operación demiúrgica. Construyamos un becerro de oro, y adorémosle...


Y con esto llegamos hasta Wall Street y el orden financiero internacional de nuestros días. El ser humano sigue con la necesidad de controlar los sistemas por él creados para poder sentir que controla el mundo, empujado de forma irracional hacia la fe cuyo origen ya conocemos. No hay mayor ejemplo palpable y actual de la irracionalidad que sostiene a nuestro sistema de riqueza material que los movimientos bursátiles y las algarabías colectivas de esperanza y frustración que vemos en el interior del templo de las finanzas. Los ascensos y descensos (cielo e infierno) de la humanidad mundanizada expresados con el lenguaje del verde y el rojo que aparece en el altar de las cifras. En los medios se lee y se dice sin cesar que todo - la misma solución a la crisis - es una cuestión de confianza. Cuando se habla de confianza están introduciendo un bochornoso eufemismo para disimular la inconsistencia de ese sistema de organización material, del cual depende la estabilidad de la sociedad del bienestar. La palabra exacta es FE religiosa en sentido totalitario, cuyo vástago, la “sociedad del bienestar”, es también el imperialismo más sutil llevado a cabo en toda la Historia, ya que se arroga el derecho a definir las necesidades de todos los individuos ( y, por tanto, determinar el valor de cada individuo), y en consecuencia aplica un sistema de criterios reducido a una ideación simplificada en torno a lo que debería ser el "progreso" o la "calidad de vida", como si aquellos tuvieran una contrastada efectividad universal. O sea, el mismo error de siempre, sometido a variaciones en sus nombres y en las formas. Las creencias siguen manteniendo una sensación de seguridad respecto al funcionamiento del mundo, lo vemos cada día tras los muros de Wall Street.

¿Y cómo es posible que un sistema basado en la nada, tan evidentemente irracional, vulnerable a la infiltración de la usura y la especulación, siga teniendo el respaldo de gran parte de la población, de políticos y de teóricos de la economía?. Los hombres en la baja edad media no querían renunciar a sus creencias en la vida del más allá por una cuestión de estabilidad psicológica (y espiritual, por ende). Si la población acepta que el sistema financiero se sostiene en una entelequia (o en una estafa, si me apuran), ahora no solo es una cuestión de seguridad psicológica, sino de derrumbe de las bases del “bienestar”, ya que en nuestro tiempo hemos definido la dignidad humana y su posición en el flujo vital mediante la tenencia de valores materiales.

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